Entraron en la pizzería dos señoras y un niño, no sé calcular años, pero como a cierta edad, los niños te miran, te miden y te calan, completamente conciente de que los adultos a cargo, las señoras que hablaban pisando las palabras de una con la otra, no están atentas a su persona.
El niño me mira, y yo sé que está pensando algo peligroso para mí, no sé qué, pero lo sé.
Este niño, además masticaba algo pringoso que le movía las manchas de la boca como si tuviera una tormenta en la cara.
Mientras, las señoras estudiaban el menú y hacías comentarios, consultándose una a otra sobre el gusto de pizza que preferían.
El niño, de repente sacó, el bolo de quién sabe qué, de la boca y lo pegó, con todo desafío ante mi mirada, debajo de la mesa.
Luego alternativamente, volvió a sacarlo, lo estiró hacia a mi, en gesto de ofrecérmelo, y ante mi mirada reprobatoria se encogió de hombros y volvió a llevarlo a la boca.
En eso llega mi novia, que me da un beso y mira hacia el niño, dándose cuenta que yo lo miro.
Y me dice: Yo también quiero uno, y me besa, confundiendo mis pensamientos, con algo que ella desea: tener niños.
Las mujeres, como los niños, a veces hacen cosas parecidas, me quedé mirándola y de repente, me descubrí espiándole las manos a ver si pegaba algo debajo de la mesa, pero ella se acomodó enfrente de mí, y empezó a charlar, pisando ahora con su voz, las de las señoras.
Y todo este asunto, me hizo darme cuenta que ya estoy adulto, y eso me produjo una revelación: la vida te pone delante algún gesto para que te des cuenta que ya pensas como un adulto, cuando sos vos el deja de pegar cosas debajo de las mesas y comenzas a fijarte lo hacen que los demás. |